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Revivir la historia en la escuela

La teoría es más o menos conocida: estudiar historia en la escuela no es intentar memorizar fechas, nombres y eventos inconexos. Tampoco es asimilación pasiva de lo que cuentan los libros de texto. En cambio, estudiar historia debe aportar claridad y nutrir el interés por los grandes procesos de la humanidad. Debe ayudar a entender el presente, a formar identidad, a formar sujetos. Por si fuera poco, enfoques didácticos actuales recomiendan un acercamiento a la historia como la práctica de interpretar el pasado desde distintas perspectivas y fuentes. Además, la historia no debería ser una materia inconexa, sino integrarse y potenciarse con otras áreas formativas (como lenguaje, la lectoescritura, o las ciencias naturales)[1].

De chica, mi experiencia con la historia en la escuela fue más bien del tipo que conviene evitar (como sospecho que sigue siendo para la mayoría). Como resultado, mi aprendizaje fue magro y desastroso. Los siglos, los eventos y los personajes se me hacían bolas y más bolas. Siempre pensé que simplemente no se me daba: la historia era ajena, complicada y aburrida, y mi pésima memoria no ayudaba más allá del examen. Tampoco mis experiencias fuera de la escuela lograron compensarlo. Quedé vacunada, como pasa con tantas materias en la escuela. Eso mismo limitó mi capacidad para comprender muchas otras cosas en el largo plazo. Tuvieron que llegar otras vivencias y otros estudios para empezar a revertir todo esto.

Recientemente, trabajando en educación, me he dado cuenta de que no tendría por qué haber sido así. Por supuesto que lxs niñxs y adolescentes pueden desarrollar conocimiento histórico, curiosidad histórica, conciencia histórica, indagación histórica. Por supuesto que la escuela podría promover todo esto, y no tendría que depender de la suerte de tener maestrxs o familias excepcionales: los enfoques y prácticas adecuadas podrían ser patrimonio de la profesión docente en su conjunto.

Durante el último año me ha tocado colaborar en un enfoque para historia y ciencias sociales en middle school basado en la indagación a partir de fuentes primarias y secundarias, apoyado en el diálogo y en la escritura de argumentos. Entusiasmada por la riqueza de lo que sucede en y a partir de estas clases, empecé a preguntarme cómo se vería algo así aplicado a la historia de México. Para responderme, no había más remedio que adentrarme en ella.

Una de las primeras cosas de las que me di cuenta es que la historia de México es un campo minado de “preguntas auténticas” como las que se necesitan en un currículo como el que describí. Entendemos por preguntas auténticas aquellas que son representativas de las que realmente ocupan a lxs especialistas, y que no tienen respuestas unívocas. (Por ejemplo: ¿La democracia en Atenas era una buena forma de gobierno?, ¿Cómo hacían los Incas para mantener el control sobre un imperio tan grande?, ¿Las mujeres en las Colonias Norteamericanas tenían una experiencia común?). En México, no sólo lxs especialistas se ocupan de este tipo de cuestiones: también están a flor de piel para muchas otras personas. Los méritos o deméritos de Benito Juárez, del Tigre del Álica, de Maximiliano, Porfirio, la Revolución, la Cristiada, etcétera, todavía son temas que van de la mano de nuestras ideologías, o a veces, de nuestras identidades regionales. Tenemos preguntas muy “auténticas” y vigentes en este otro sentido.

También me di cuenta de algo paradójico: el hecho de que tengamos una historia oficial y una historia de bronce en México (ésas por las que el régimen priista tomó los grandes episodios y los grandes personajes, y los cristalizó en versiones simplificadas, inmaculadas, utilizables para la legitimación y la formación de identidad nacional a través de los libros de texto, las comunicaciones oficiales y los monumentos) también ofrece enormes posibilidades para un currículo como al que me refiero. Cuando yo estudié en los noventas, la historia oficial probablemente ya había perdido mucha de su efectividad para conectar con lxs jóvenes maestrxs y estudiantes de entonces, lo cual seguramente influyó en que la historia me pareciera tan ajena. Ahora, a casi veinte años de la alternancia, ¿por qué no pensar en una pedagogía que nos enseñe a integrar y superar la historia oficial? En un enfoque de indagación, lxs estudiantes aprenden a no tomar las fuentes como vienen, sino a preguntarse quién las generó, cuándo, por qué, y con qué bases. Así, la historia oficial podría tomar su lugar como una fuente más, junto a otras que nos acerquen a la Independencia, la Reforma o la Revolución en toda su radicalidad, contradicciones, dramatismo y vigencia.

Insumos sobran. Tenemos una historiografía diversa y con muchas capas. Vivimos entre monumentos, nombres, sitios históricos y arqueológicos, museos de todo calibre, archivos físicos y virtuales, testimonios y tradiciones orales. Por supuesto, su integración en lecciones pedagógica y disciplinariamente sólidas puede tener su ciencia. En la Especialidad en Enseñanza de la Historia de México del INEHRM, por ejemplo, lxs maestrxs van recabando un banco de fuentes al tiempo que aprenden cómo usarlas con sus alumnxs. El desarrollo de este tipo de materiales podría pensarse también como una empresa colectiva, con la participación de grupos docentes, pedagogxs, historiadorxs y científicxs sociales.

Ahora que he estado aprendiendo sobre la Reforma y la Intervención Francesa, me imagino a lxs estudiantes investigando y argumentando: ¿qué representó la Reforma para los pueblos indígenas?, ¿qué movía a los conservadores mexicanos?, ¿por qué cayó el imperio de Maximiliano?... Me lxs imagino revisando fragmentos de las crónicas del Zarco. De los escritos de Juárez a sus hijos. Su correspondencia con su esposa Margarita Maza, con Maximiliano, con Lincoln. Los diarios de Concha Lombardo, esposa de Miramón. Los discursos de Santos Degollado y del mismo Juárez frente a las tropas. Los Cangrejos (el himno de burla a los conservadores escrito por Guillermo Prieto) y Mamá Carlota (con el que despedían a la emperatriz, aparentemente con letra de Riva Palacio). Los retratos que el pintor francés Beaucé hizo de Bazaine, Maximiliano y compañía; o la pintura de Cesare Dell’Acqua de los comisionados conservadores que fueron a buscar a Maximiliano en Miramar. La crónica “de sociales” de la fastuosa recepción de Márquez en Constantinopla, con la correspondiente burla en La Orquesta. Textos e imágenes de las decenas de publicaciones que los liberales iban sembrando por todo el país…

Imagen: Cuadro de Cesare Dell’Acqua: la comisión de conservadores mexicanos que fueron a buscar a Maximiliano a Miramar.

[1] Al parecer, ni siquiera articular un documento coherente al respecto es tarea sencilla, a juzgar por este análisis de la historia en Nuevo Modelo Educativo. Gracias a Sebastián Pla por la referencia.